Una falla en la rutina
- jugemichiels
- 17 dic 2014
- 4 Min. de lectura
Pablo Cotea no era un hombre común, Pablo Cotea guardaba un secreto.
Pancha Pérez, en su declaración, había asegurado que Pablo Cotea era un vecino regular; sacaba la basura todos los domingos, miraba los partidos los sábados por la noche, y la saludaba cada mañana cuando iba a trabajar y ella regaba las plantas. Pancha Pérez no tenía ningún motivo para dudar de la cordura y normalidad de su vecino Pablo Cotea, pero sin embargo…
“Yo siempre lo dije, siempre le dije a Laurita que ese muchacho era raro. Ella no quería creerme, parecía embobada cada vez que lo veía; pero así era él, era un tipo encantador. ¿Y ahora? A penas me enteré se lo dije, le dije: ‘¿Viste Laurita? Estaba loco, loco como tu tío Tito.’”
Los hechos ocurrieron un miércoles por la tarde. Había sido un día laboral tranquilo, la brisa de primavera mecía los geranios, los chicos corrían por las veredas persiguiéndose con bombitas de agua, y Justo Morales barría la vereda renegando con los perros callejeros.
“Nunca hubiera creído que un hombre como Pablo Cotea pudiera cometer tal atrocidad. Já, ¿quién lo hubiera creído? Si me lo cruzaba todas las tardes mientras barría la vereda, me saludaba con un ‘Buenas tardes Justo’ y una sonrisa. El muchacho era encantador.” Había declarado Justo ante el agente de policía.
“¿Que dónde me encontraba en el momento del suceso? Yo te voy a decir dónde me encontraba. Mi mujer hizo una lasaña de mierda que me tuvo sentado en el inodoro toda la tarde, ahí me encontraba, cagándome la vida. No vi a Pablo Cotea en toda la tarde, si a eso es a lo que querés llegar.” Declaró Martín Insaurza.
Pablo Cotea se encontraba a las cuatro y cinco minutos de la tarde sentado en el sillón de la sala. Llevaba allí desde la mañana, se había ausentado del trabajo y se había sentado en el sillón, con la vista fija en el televisor, mirando sin ver. El detonante de los sucesos futuros había ocurrido aquella mañana, cuando se proponía tomar el desayuno.
Carlos Fuentes se había percatado que su compañero de oficina se había ausentado aquel día, pero no le dio importancia. Lo que él no sabía era que aquella misma tarde su compañero de oficina iba a ser noticia y tema de conversación por los próximos meses dentro de la oficina.
“Sí, se ausentó aquel miércoles de septiembre en la oficina. No, no le dimos importancia, era un tipo comprometido pero de vez en cuando se ausentaba. Sí, pensamos que estaba enfermo, nada fuera de lo común. No, no lo llamamos, no era necesario. Si, era un tipo cuerdo. No, nunca lo hubiera imaginado, por Dios, ¿quién lo hubiera imaginado?”
Pablo Cotea se levantó del sillón y caminó en línea recta hacia la cocina. Abrió el primer cajón a la derecha, y sacó el cuchillo que utilizaba para cortar el pollo. Volvió al sillón y se sentó con tranquilidad.
“Le dejé el Clarín en la puerta como todos los días. Sí, teníamos un acuerdo, bah, tengo un acuerdo con todos los vecinos del barrio, soy solo el chico de los diarios viste. No, no me atendió, nunca lo hace; otros me abren la puerta y me dan unas moneditas, me dicen: ‘Tomá Darío, para unas masitas.’ Pero Cotea era medio arisco sabe, ese no me daba nada” Le dijo Darío López al oficial que se encargaba del caso.
El cuerpo de Pablo Cotea fue encontrado degollado en el sillón de su living. El forense aseguró que se había suicidado a las cuatro y diez del miércoles seis del mes de septiembre. Lo encontró Mariana de Santos, cuando su jefe no le abrió la puerta la mañana del siete. Mariana de Santos llamó a la policía y forzaron la puerta para encontrar el cadáver de Pablo Cotea seco como una pasa.
“No sé por qué lo hizo, no encuentro razones, era un tipo tan encantador, ¡ay diosito, ¿por qué?! Sí, era un buen jefe, sí señor, Pablo Cotea era una persona amable. Claro que vivía solo y que necesitaba amor y compañía, pero nunca mostró señales de suicida, no señor, nunca. ¡Ay María santa! Todavía no puedo creerlo, que atrocidad, que atrocidad.” Aseguró su mucama, Mariana de Santos, ante la policía.
Pablo Cotea se suicidó en el sillón de su living el seis de septiembre a las cuatro y diez de la tarde. Lo que los vecinos y la policía nunca supieron, es que Pablo Cotea se levantó aquella mañana como cualquier día laboral, temprano, a las seis y diez. Se calzó el albornoz y las sandalias, y fue al baño antes de desayunar. Abrió la heladera proponiéndose agarrar la leche para su cortado de todas las mañanas y se encontró con que no había. No había leche. No podía no haber leche. No podía haberse olvidado de comprar. Faltaba su leche, SU leche. ¿Cómo podía hacerse el cortado ahora? ¿Cómo podía ir a trabajar ahora? No había leche.
Pablo Cotea cerró la heladera con cuidado y caminó en línea recta hasta el sillón del living, prendió el televisor y esperó. Simplemente esperó.
Pablo Cotea no era un hombre común, Pablo Cotea guardaba un secreto: Sin rutina, no vivía.
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